De la Onda gruesa a la respetabilidad

Por: René Avilés Fabila / Imagen: Sannidya Wicaksono

La generación a la que pertenezco ha sido calificada de la Onda. Sin embargo ninguno de nosotros, los que caemos dentro de esa denominación incierta, la acepta o está de acuerdo con ella. Ni José Agustín ni Parménides García Saldaña se clasificarían como escritores de la Onda, pese a que este último hizo un libro llamado En la ruta de la onda. Con frecuencia me preguntan si soy de la Onda. A José Agustín y a mí el año antepasado, en Atlixco, luego de la ceremonia en donde nos entregaron, como homenaje, copia de la Cédula Real de la fundación de tan encantadora ciudad, un reportero nos hizo la misma interrogación y mi amigo casi lo mata. Nunca fue una propuesta literaria, era una reunión de amigos gozosos.

   Alrededor de 1960, César H. Espinosa, José Agustín, Andrés González Pagés, Alejandro Aura y yo, entre otros, creamos una revista: Búsqueda y a modo de subtítulo retador le pusimos “Algo se rompe, negamos todo aquello que no hicimos nosotros”. Ignoro a quién se le ocurrió la sandez, pero supongo que reflejaba nuestra absurda posición ante las letras y el país, creyendo que estábamos inventando la lucha generacional. En esa publicación aparecimos juntos por vez primera los que hoy somos considerados una generación, un grupo de edad parecida, caracteres similares e intereses afines. Estuvimos además de los citados, Elsa Cross, Gerardo de la Torre, Alberto Bojórquez, Jorge Arturo Ojeda y Gustavo Sainz.

   Salíamos de la primera etapa del rock and roll: Bill Halley, Chuck Berry, Fats Domino, Bud Holly, desde luego Elvis Presley, Jerry Lee Lewis, Little Richard y docenas de músicos jóvenes que lograban sacudirnos física y mentalmente. Leíamos a Kerouac, Ginsberg, Ferlinghetti, a la Sagan, Evtushenko, Nabokov, Salinger… Escritores innovadores y rebeldes, como en el plano cinematográfico lo habían sido James Dean y Marlon Brando. La Revolución Cubana despertaba nuestra imaginación política. En nuestras reuniones, José Agustín declamaba El aullido de Ginsberg y terminaba aterrorizando con alaridos a los invitados. La Revolución Cubana despertaba nuestra imaginación política. El alcohol, para muchos de nosotros, fue importante, como después lo fueron las drogas. Hoy bebemos menos, ocasionalmente, y ya unos cuantos, imagino, consumen drogas.

   Después vino Juan José Arreola y acabó por reunirnos a los integrantes de esa generación nacidos entre 1938 y 1944, en un taller literario y alrededor de una revista legendaria: Mester. Allí conocí a Jorge Arturo Ojeda, Roberto Páramo, Argelio Gasca, Leopoldo Ayala, Juan Tovar y Eugenio Chávez. En sus orígenes fue una muy amplia generación, muchos quedaron en el camino y otros como Marco Aurelio Carballo y Rafael Ramírez Heredia llegaron tarde.

   Con simpleza, la literatura mexicana de 1962, 63, era dividida por los críticos como arreolista y rulfiana y dentro de alguno de estos dos grupos inexistentes teníamos que caer. Nos tocó, por la cercanía con Juan José, ser de los primeros, pese a que Agustín estaba terminando De perfil, yo escribía fábulas y Gerardo confeccionaba relatos de contenido social. De todos esos jóvenes, sólo Raúl Navarrete parecía estar y sentirse bien etiquetado como rulfiano. Fue mi compañero en el Centro Mexicano de Escritores; su carácter, estilo, temática y físico, lo dejaban como producto de la influencia de Juan Rulfo. Tiempos interesantes aquellos antes de la Onda, cuando las letras nacionales estaban regidas, según los críticos, por dos colosos.

   La presencia de Arreola fue benéfica. En lugar de imponernos sus puntos de vista literarios, estimuló los de cada uno de nosotros. Pronto aparecieron De perfil y Gazapo y con ellos nuestros problemas. La música fue cambiando y el rock comenzó a ser más complejo, con letras más imaginativas e inteligentes. Aparecieron los Beatles, los Rolling Stones, Dylan, Joplin, Hendrix, Procol Harum. Algunos militamos en el Partido Comunista. Fuimos un grupo de jóvenes con intereses diversos. Yo llegué a la Facultad de Ciencias Políticas, Agustín se fue un tiempo a Cuba para participar en el proceso revolucionario, Jorge Arturo Ojeda estudió Letras, Roberto Páramo Arquitectura. Cada quien buscó su propio camino. Especialmente después del último número de Mester, cuando consideramos que un ciclo había concluido. Quedaron acaso algunas nostalgias. No fuimos cerrados ni tan solidarios como la generación anterior. José Agustín y yo hicimos referencia a los ataques recibidos, pero no tuvimos arrestos para frenarlos y fuimos onderos según Margo Glantz y, según Monsiváis, responsables de la plebeyización de las letras nacionales.

   En 1969, Xorge del Campo, decidió hacer una antología con los escritores que consideraba representativos de esa generación aún no conocida como la Onda. Nos pidió textos a Gerardo, Agustín, Eugenio Chávez, Juan Tovar, Roberto Páramo, Elsa Cross, a mí y creo que a nadie más. Para llevar a cabo el proyecto, la editorial Siglo XXI, recurrió a Margo Glantz para prologarlo. Fue ella quien decidió con “dolo” (el término es suyo) que un libro llamado Narrativa joven de México necesitaba la presencia de sus alumnos de Punto de Partida. De este modo poco ortodoxo (o tal vez mucho en México) entraron Naval, Ortuño y Farill. Ninguno de ellos siguió en la literatura.

   En dicha obra apareció el término Onda ya sistematizado y al parecer analizado. Por Onda había que entender irreverencia, antisolemnidad, rebeldía, literatura urbana, capacidad de reírse de uno mismo, acercamiento epidérmico al sexo, el ligue, la presencia del rock, argot citadino, puntuación tradicional cero y el uso de mayúsculas, diagonales y cursivas con intenciones lejanas de las habituales. Estas características identificaban a quienes estábamos en la antología de Xorge del Campo y Margo Glantz. Premisas falsas. Margo apenas había leído nuestro trabajo.

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De la Onda gruesa a la respetabilidad (2/2)

En fin, ahí en Narrativa joven de México estábamos los onderos, los que sí y los que no, los que no nos conocíamos y los que nos conocíamos desde hacía chorros de tiempo, para decirlo sin ningún temor con lenguaje de la onda. El libro fue un éxito y se agotó rápidamente. El editor (Orfila Reynal) decidió, supongo, no hacer una segunda edición en vista de las protestas que los escritores también jovenazos que no fueron incluidos, realizaron ante Siglo XXI, sino llevar a cabo una edición nueva, algo que agrupara a la casi totalidad de escritores mexicanos jóvenes y de este modo apareció Onda y escritura: jóvenes de 20 a 33, nuevamente con prólogo de Margo Glantz. En ese libro, que nunca se agotó y que a nadie le importó, estábamos 28 narradores. Al parecer no hubo más protestas, al contrario, sólo felicidad; José Joaquín Blanco, por ejemplo, me escribió a París: “Volviendo a la antología, te digo que esta inclusión apresurada, que me llenó de locura y entusiasmo, me hace sentirme como un convidado a una recepción de etiqueta que olvidó ponerse calcetines, o que llega con uno de un color y otro de otro o, en fin, que comienza desenvolviéndose bien y que termina regando la champaña o el tepache en el momento más crítico”. (Nov., 26, 1971.)

   En el prólogo Margo afinó sus posiciones críticas y optó por ir más lejos dividiendo a los antologados, con terrible maldad literaria, en dos grandes grupos: los de la Onda, donde andábamos los que además de poseer las características antes mencionadas y que al parecer no significan ningún mérito estético, escribíamos, digámoslo claramente, mal y aquellos que como Pacheco y Elizondo eran dueños de las puras excelencias literarias y escribían de maravilla. Estos, amables lectores, quedan dentro de la escritura, según la calificación de Glantz-Stein.

   Sin embargo, la Glantz es inteligente y cautelosa, tira la piedra y esconde la mano, como dice una expresión popular, complica más las creando un tercer espacio entre onda y escritura: el de quienes participan de ambos como Sáinz en Obsesivos días circulares. De cualquier manera, y en esencia muy apretada, Onda era postulada como “crítica social” y escritura como “creación verbal”. Qué tal.

    Cuando se dio la diáspora del taller de Juan José Arreola y llegó a su fin la bellísima y querida Mester, cada uno de nosotros buscó su camino. Resulta ocioso hablar hoy de las aportaciones que hicimos a la literatura urbana. Por mi parte, retomé la literatura fantástica que había sido de alguna manera mi punto de arranque. A la vista de los profanos, sólo Agustín y Parménides quedarían dentro de la onda, pero como antes señalé ninguno de los dos creyó en tal calificación.

   A grandes rasgos, estos han sido los caminos de los onderos, es decir, las rutas se han diversificado o enriquecido, si se prefiere. Pero me pregunto, qué hubiera pasado si Margo Glantz no lee mi novela Los juegos (a la que además siempre que citaba le omitía el artículo) y en su lugar lee los cuentos fantásticos que me permitieron obtener la beca del Centro Mexicano de Escritores, allá por 1964 y los publicara en el Fondo de Cultura Económica, muchísimo antes de que a alguien se le ocurriera decir qué buena onda, manís o que ondón te traes, grueso netamente, y metiera una letra de Procol Harum como epígrafe de un cuento o le pusiera a su libro un título evocador de Elvis Presley: El rey criollo. Lo ignoro. La historia, por desgracia, ya está escrita. Y así las conjeturas salen sobrando. Cuando hay que dar una conferencia sobre la generación suelo ser invitado y entonces hay que recomenzar contando todo desde el principio, explicar que no aceptamos el término ni nada que nos simplifique de esa manera. 

   ¿No estamos ya muy viejos para ser miembros de la onda gruesa? Creo que sí, hasta respetables somos, José Agustín tiene hijos, nietos y los educó bien y ya somos propietarios de sendas casas, la de él en Cuautla, la mía junto al Perisur. Emmanuel Carballo tiene razón. Dijo en un programa de homenaje a Parménides García Saldaña que era el único rebelde, hoy José Agustín, Tovar, René y Páramo son respetables. Efectivamente, José Agustín aparece en la televisión sin decir palabrotas y sin fumar un puro de la golden de Acapulco, yo soy Profesor Distinguido de la UAM-X. Ambos escribimos en periódicos. ¿Habremos llegado del viaje que se inició en la onda gruesa de hace cincuenta años? Pero si hemos dejado de ser onderos (qué término más desagradable, poco estético, sólo a Jesús Luis Benítez le gustaba, pero él era más joven y quizás realmente un autor que se tomó en serio lo de la onda), ¿qué hacemos? ¿No más rebeldía, no más antisolemnidad, no más humorismo ni ligues? Han muerto Hendrix, la Joplin y Lennon. ¿Acaso no nos queda otro camino que el suicidio o la incorporación a una Secretaría de Estado?


Imagen: Sannidya Wicaksono. Behance


René Avilás Fabila

René Avilés Fabila

La Revista de Arte Boticario hace un pequeño homenaje al periodista, escritor y ensayista <strong>René Avilés Fabila</strong>, con una humilde columna en nuestro proyecto editorial, con el fin de divulgar y dar a conocer su obra. Agradecemos a la Fundación René Avilés muy especialmente a la Dra. Ma. Del Rosario Casco Montoya, vicepresidenta de la Fundación y divulgadora de la obra de su esposo. Sumergirnos a los textos del escritor en el archivo de la fundación no es cosa sencilla pues hay una gran cantidad de ensayos, cuentos, críticas literarias, etc.  El editor de la revista humildemente ha seleccionado los que a su parecer sirve de divulgación literaria de la obra, con el objetivo de llegar a más jóvenes lectores y así conozcan su creación artística. Reiteramos el agradecimiento al apoyo a todos los que hicieron posible la magia de releer por siempre a René Avilés Fabila.