Entrevista a Juan Ponce Guadián, el fotógrafo de las vedettes

Por: Jazmín Rangel Evaristo

Juan Ponce Guadián, poco conocido como “El chacho” es un fotógrafo muy afortunado (como él mismo refiere), no sólo porque tuvo la oportunidad de publicar en varios periódicos y revistas, sino por tener como modelos a las más talentosas, hermosas y extravagantes bailarinas del ambiente del cabaret en México de los años 60, 70, 80 y más. Decir que no sólo eran modelos, sino que también eran bailarinas, cantantes y hasta actrices no es cosa mínima de apreciar, además, claro está de su naturaleza erótica y sensual. Tenerlas frente a su cámara debió obligar a Ponce a tomar los mejores ángulos, las mejores perspectivas, aprovechar cada segundo y cada espacio para inmortalizar sus torneados cuerpos, sus pieles lisas y brillantes, sus esencias luminosas… …un hombre muy afortunado.

Niño y adolescente que practicó el box por diez años, siendo peso mini mosca, mosca y gallo,  joven inquieto por gozar de la vida nocturna, ferviente admirador y por siempre amante de la figura femenina, hombre ambicioso que, hasta la fecha, sigue siendo “un perro” para el trabajo, porque le gusta la lana, le gusta gastar, Juan Ponce Guadián (a sus triunfantes 70 y tantos años) nos recibe cordial y amablemente en su casa llena de chácharas y tiliches, donde por todos lados están colgadas las fotografías de las musas que lo coronaron como “el fotógrafo de las vedettes”. Muy emocionado, nos recibe ofreciéndonos una copa de coñac. Comienza la entrevista y lo invito a sentarse para tenerlo frente a mí y que no se me escape ninguno de los detalles de su cara al hablar. 

J. ¿Qué piensa usted de los nuevos espectáculos que intentan rescatar la cultura del cabaret? 

J. P. Ellas y ellos se inspiran en los shows de antes y en las vedettes y tratan de sacar los números parecidos, menos las vestimentas como los penachos, plumas y lentejuelas, las zapatillas llenas de piedritas, como diamantes, en eso les ha fallado. 

J. Usted, ¿sigue retratando a estas antiguas vedettes?

J.P. A algunas las he seguido retratando porque algunas de ellas cantan y actúan en cantinas y en lugares chiquitos donde presentan algo de variedad, por ejemplo, Gioconda, se presentó en una cantinita en la calle de Morelos y así hacen cositas por el estilo. Yo pienso retratarlas, a las que tengan su vestuario y las que no tengan también, a la edad que tienen ahora; he pedido prestado un cabaret que está en la calle de Bolivar, el Savoy. Todas las vedettes pasaron por El Savoy.

J. Además de en los escenarios, ¿en qué otros lugares retrataba a las bailarinas?

J.P. En los camerinos, tras bambalinas y en cualquier otro lugar, como en las carreteras, en sus casas de ellas y en mi estudio. 

J. ¿Dónde estaba su estudio?

J.P. Tuve varios, en la calle de artículo 123 tuve dos o tres, en la colonia las antenas tuve otro, en mi propia casa, porque después de haber nacido en Tepito, seguí por ese rumbo por las calles de la Peralvillo, luego me fui a la Sector popular y luego, me vine para acá, para Villa Coapa, en el 69. 

J. ¿Cómo se ganó la confianza de las bailarinas para que ellas mismas lo buscaran para que usted les tomara fotos? 

J. P. Porque ellas veían mi material y les gustaba y luego ya, me buscaban. Pero empecé de la siguiente manera: estando yo muy joven, yo ya ganaba buena lana porque convencí a mi papá para que me pusiera un taller para arreglar zapatos. Mis amigos me platicaban de todo este mundo del cabaret y de las vedettes y una noche me llevaron con ellos. Al de la entrada le daba dinero para que me dejara pasar y desde entonces fui cliente recurrente, con decirte que ya hasta mesa de pista nos daban, nos atendían muy bien. En ese entonces, mi hermano trabajaba en Kodak y yo le agarraba su cámara y un día le dije a uno de los meseros que si me dejaba tomar fotos a las bailarinas y me dijo que sí y así empecé a tomarles fotos y así se fue creando la confianza además de que las invitaba a mi mesa a tomar una copa, con mis amigos, pues.  Un día a una de ellas le pedí permiso de tomarle fotos en los camerinos y me dijo: “sí, Ponce, órale” y así empecé a tomarles fotos en los camerinos. 

J. Entonces, el buen resultado de sus fotografías se debía, no sólo a que usted es buen fotógrafo, sino también a la confianza que tenía con las bailarinas. 

J.P. Así es, más que nada, es la confianza. Además, yo siempre fui muy cuidadoso en los detalles, en el pelo, en las manos, me gusta mucho fotografiar las manos, les cuidaba a ellas todos los detalles, les decía: “la pierna mejor así”, “el brazo cámbialo”, hasta hacía yo la pose y aprendí a dirigirlas, a dirigir a las bailarinas y todo esto sin tocarlas, no tocar es algo básico para que ellas se sientan a gusto y surja esa confianza. También les explicaba técnicamente qué iba a pasar en la foto: “la luz no te va a llegar allí”, “no se va a ver nada” y cosas por el estilo. Ellas también tenían la confianza para decirme que no se les viera mucha barriga o las estrías y manejábamos esos detalles con el uso de la luz o con telas, ropa o algún accesorio.

J. ¿Qué más hacía usted para que ellas le tuvieran confianza, que se sintieran a gusto con usted durante la sesión fotográfica?

J.P. Los hechos son los que hablan, hija. Si te ven con malas intenciones pues ellas inmediatamente se cuidan. Nosotros, desde que empezábamos a trabajar, ellas me decían: “¿Qué me pongo, esto o lo otro?” y yo las dejaba, les decía: “escoge lo que quieras, me lo enseñas y ya vemos qué vamos haciendo”; muchas te calaban: salían en batita para ver cuál era la reacción de uno y yo no, yo normal. Una vez, con Irma Serrano, le fui a tomar fotos a su casa, empecé a tomarle fotos y todo, y en una de esas entra al baño a cambiarse y sale con la pura bata abierta y yo pues lo único que hice fue decir: “oiga, señora qué piel tan hermosa tiene” y hasta ahí, todo muy natural. Ellas se te quedaban viendo en el pantalón, siempre, las vedettes siempre se te quedaban viendo en el pantalón y luego, en muchas ocasiones, empezaba ya la mala vibra porque muchos fotógrafos a eso iban, a agarrarlas, a tocarlas y había unos que sí se pasaban, entonces ya no se cuidaban ellas y el material fotográfico ya salía sin cuidar, muy al aventón, ya nada más cada quien cumplía con su papel y vámonos, ahí nos vemos, ya tengo que irme.

J. Usted ¿hizo fotografías de ellas en la calle?

J.P. Llegué a hacer una sesión en una fuente, por ahí había unas fotos por las cuales hasta le iban a clausurar a una revista que se llamaba Diversión porque publicó unas fotografías que le hice a una bailarina al salir de una fuente, una fuente del hotel Camino Real. Tuvimos que cuidarnos mucho porque había mucha vigilancia. Cuando ella salió de la fuente, toda mojada, pues se le transparentaba todo y en eso momento me apuré a tomar las fotos pero un vigilante sí nos vio y nos llamó la atención pero también le llamó la atención el busto de la muchacha y eso nos sirvió para que pudiéramos seguir haciendo las fotos.  

J. Usted, ¿cómo considera sus fotos? ¿Artísticas, eróticas o pornográficas?

J.P. Yo veo algo de erotismo, porque es lo que vende, un poco de erotismo sin llegar al porno, a lo vulgar y artísticas también por el cuidado que le tengo a la iluminación, a la sonrisa de ellas, a los detalles. 

J. ¿Hubo ocasiones en que ellas mismas fueran las que le pidieran un tipo de fotografía en específico?

J.P. Sí, Lyn May. Un día, le llevé unas fotos que me pidió y me pregunta: “¿traes tu cámara, Ponce?” y pues, en ese tiempo, siempre andábamos con la cámara, siempre. Me dice: “Ponce: quiero que me tomes unas fotos sin maquillaje, así como soy yo. Total que le tomé 24 fotos, 6×6 y esas fotos han gustado mucho. Y luego, me dijo que le tomara fotos desnuda en su totalidad e hicimos esas fotografías, muy artísticas, con mucho erotismo pero sin vulgaridad ni pornografía. 
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J. ¿Qué otra locación fuera de lo común ha utilizado usted para hacer fotografía?

J.P. Una vez, un amigo me invitó a tomar fotos en un turibús, era un teibol que instalaron en un turibús. Me citaron en el World Trade Center. Empezaron los cachondeos así con hombres y mujeres y todo eso, transexuales y de todo había, todos agasajándose y yo pues me agasajé con fotos también. Tengo todo ese material muy bueno, también. 

J. Usted, ¿siempre trabajó de freelance? 

J.P. Afortunadamente, de freelance pero de planta, me pagaban por recibos. Yo trabajé en un diario de planta haciendo de todo, era un diario deportivo y de espectáculos. Yo sacaba la contraportada donde siempre iba una muchacha, diario. El periódico se llamaba Estadio y hacía yo, todo lo de espectáculos. Ahora me han encasillado sólo con el tema de las vedettes pero yo he hecho de todo: policía, deportes, información general, de todo. Tengo parte de ese material pero la mayoría no porque ese periódico estaba en Toluca y en la madrugada pasaban por el material y allá lo revelaban y allá se quedaba porque a nosotros no nos daba tiempo de ir a revelar hasta Toluca. 

J. ¿Cómo fue que usted empezó a trabajar en periódicos? 

J.P. Fue por un amigo tepiteño, de ahí del barrio donde yo nací, en la calle de Rivero. Un día estábamos viendo las fotos que tomaba yo, de chavillo, de los cabarets y en eso, llegó un tío de él y nos dijo: “¿Qué están viendo cabrones?”, “pues las fotos que toma Juan” y ahí fue mi inicio como reportero. Entonces, el señor las vio, le gustaron y me preguntó si no las quería publicar. Le dije que sí y me llevó con un amigo suyo que tenía un periódico, se llamaba El Metropolitano y el director se llamaba Amando Luis Azcona, mejor conocido por “El Chato” Azcona. Fui y le llevé unas fotos, y me dijo que me iba a publicar y me habló derechito: “¿Tienes cámara?” y yo: “sí”, “¿Tienes rollos?” “sí” “Te voy a dar un espacio en la sección de espectáculos, pero no hay dinero” y yo acepté. Ya, otro día, llego, con cámara y rollos y me dice: “Se va a ir a tomar fotos al Azteca, con Fuensanta, Gioconda”, me dio tres, cuatro nombres, “y ahí va a estar Fernando Fernández”, un cantante al que le decían El crooner de México, “y usted va a tomarles fotos, dígale al gerente que va de mi parte”. 

J. ¿Fueron las fotos que salieron borrosas?

J.P. ¡Ay!, eso fue horrible para mí. No, no borrosas… …¡los momentos!. Fíjate cómo aprende uno, ¿eh?, de todas las fotografías que tomé y le llevé al director del Metropolitano, las agarró y frente a mí, las rompió, menos tres de ellas. Me dijo: “Poncesito, esto es lo que usted debe tomar y no gastar tanto rollo, lléveselas y vea lo que debe tomar”. En esas tres fotografías lo importante eran los momentos. No me dijo qué, yo me fijé que no capté los momentos precisos, la acción de las personas en el momento exacto. Ya después, cuando yo empecé a publicar y, al cabo de un tiempo, el Chato Azcona me dijo: “Poncesito, usted se va a ir rápido de aquí, lo van a empezar a llamar” y así fue, me empezaron a llamar de los periódicos.

J. Usted ¿tomó clases de fotografía?

J.P. No, nunca. Después de tener mi taller de zapatos empecé a trabajar en Kodak y ahí te daban un curso básico y yo escogí tomar el curso de retrato, un curso rapidillo que tomé pero luego ni iba, porque pues yo ya tenía la práctica con ellas en el cabaret, ya ¿a qué iba?

J. Ahora que ya no hay estos espectáculos de cabaret, ¿qué es lo que más le gusta hacer a usted?

J.P. En estos momentos estoy muy enfocado a ordenar mi archivo, que era muy grande pero desgraciadamente mucho se quedó, mucho me robaron, los compañeros tenían agencias y yo les prestaba cajas, cajas de material y nunca me lo entregaron, sobre todo, material de los años 60, 70, que era cuando yo empezaba. De todas formas, tengo algo de material todavía y lo estoy organizando. 

J. Esa es la última pregunta, señor Ponce. Le agradezco mucho su tiempo y su espacio para recibirnos a Jaime Mtz., director de la Revista de Arte Boticario y de la Galería RAB 63 y a mí, como corresponsal de las mismas. 

J.P. No pues, qué pasó, al contrario, muchas gracias por la entrevista, te paso mi número para cualquier cosa que quieras agregar. 


Jazmín Rangel Evaristo

Jazmín Rangel Evaristo

Estudió Historia en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, así como Danza Folklórica en la Escuela Nacional de Danza Folklórica del INBA. Experta en el área de humanidades y las artes con más de 15 años de experiencia en actividades de fomento artístico y de gestión cultural en el sector público y privado y como emprendedora independiente. Se ha dedicado a la docencia de disciplinas corporales, en específico de danza folklórica, yoga y expresión corporal. Actualmente colabora en la Revista de Arte Boticario, en la columna de Entrevistas y Ensayos y en la organización de exposiciones temporales en la Galería RAB 63.