Me hice editor de manera azarosa, pero siguiendo la ruta de dos puntales de las publicaciones underground en México: Víctor del Real y Rogelio Villarreal. A principios de 1990 se me ocurrió proponer un relato mío a Dos Filos, en su momento una destacada revista independiente dirigida por José de Jesús Sampedro, en Zacatecas. Traía encartado Nitrato de plata, un suplemento de cine dirigido por José María Espinasa que poco después circulaba como revista.
Las oficinas estaban en la calle de Orizaba 13, en la colonia Roma. Ahí envié por correo postal con todos mis datos “El antojo”, un relato negro, de mis primeros, escrito con una Olivetti mecánica que aún conservo. Dos semanas después recibí una llamada a mi domicilio en Cuemanco de Víctor del Real, el editor ejecutivo. Del Real se encargaba, sobre todo, del cuidado editorial de varias publicaciones, entre ellas La PUSmoderna, editada por Villarreal. Me invitó a su oficina en DF para conversar, pues iba a publicar mi relato en el número de septiembre-octubre de 1991. Sentí que mi futuro sería parecido al de Jack London y que terminaría cobrando cien nuevos pesos por palabra. Yo había partido prácticamente de cero, mi educación formal terminó en la secundaria y apenas en 1988, había comenzado a escribir reseñas y pequeñas historias en El Universal. Tenía más fantasías que juicios hechos sobre lo que significaba convertirse en escritor.
Una semana después por la tarde, ahí estaba yo sentado frente al escritorio del rechoncho editor con acento tipludo zacatecano, en una oficina desastrada, llena de ejemplares de diferentes revistas y libros por encargo. Escuchaba atento el aluvión de ideas y juicios sobre casi cualquier tema salpicado con un sentido del humor lleno de mala leche. De pronto me soltó que no pagaban. Aún así nos hicimos muy amigos. De ahí en adelante a través suyo conocí a decenas de escritores y artistas en formación, algunos muy brillantes y otros más que ni siquiera me acuerdo de sus nombres. Guillermo Fadanelli y Mauricio Bares, eran cada uno por su lado, muy amigos de Villarreal, quien nos presentó a los tres, y entre un reventón y otro con ellos, descubrí que me prendía la idea de hacer una publicación al estilo de La Regla Rota convertida luego en la Pus, editadas por el gurú de todos nosotros: Rogelio Villarreal.
Fadanelli dirigía la revista Moho y poco después Víctor del Real fundó el Gallito Cómics. Ya circulaba Generación, de Carlos Martínez Rentería. Yo había publicado ahí un par de textos, pero no me atraía la idea de andar metido en reuniones y eventos que parecían cierres de campaña política.
Provocadoras, premeditadamente “sucias” en su diseño y contenidos, me hice colaborador de esas revistas mientras mi amistad con Bares se estrechaba. Él y yo éramos los parientes pobres de la edición underground, los de menos experiencia y mucho que aprender por más que Bares ya había trabajado años atrás en la editorial del padre de Rogelio. Juntos empezamos a idear una publicación que fuera tan rasposa y aguda como las otras, pero en un estilo y formato inspirado en el periodismo amarillista. Entre humos y licores en la calle de Porfirio Díaz, donde vivía Bares, en la colonia Nochebuena, comenzamos a darle forma a nuestra publicación. A su domicilio y al de Rogelio llegaban cualquier cantidad de deschavetados, toxicómanos y hamponcetes con sensibilidad artística y literaria. De ahí reclutamos a muchos de nuestros colaboradores sumando la experiencia y creciente prestigio que ya para entonces tenían Villarreal y Fadanelli. Los cuatro publicábamos en el suplemento sábado de unomásuno.
Para entonces yo trabajaba sacando fotocopias en una empresa de asesoría en sistemas de cómputo. Ahí conocí a René Velázquez de León, quien era uno de mis tantos patrones, diseñador gráfico y esteta un tanto ingenuo. No dudé en invitarlo a una borrachera para convencerlo de diseñar A Sangre Fría, periodismo de morbo y frivolidad. El nombre era un homenaje a Truman Capote, y su contenido a la nota roja.
Publicamos cuatro números, de alto impacto en el mentado underground. Los “autores intelectuales en estricto orden antropométrico” éramos Bares, Delia M., Víctor Rivera, Naomi Simmons, y yo. A pesar de que soy arisco y desconfiado, convoqué a mucha gente ávida de la dinamita cerebral que les ofrecíamos. La publicación se hizo legendaria gracias a su apuesta que parodiaba al periodismo tabloide. Fuimos pioneros de las fake news. Pero como siempre ocurre, la falta de dinero, pero sobre todo la mezquindad y las envidias terminan siendo peores enemigos que la censura o la apatía de la misma comunidad underground, que en general le vale madres. A eso hay que sumar que en aquellos años los libreros y la Unión de Voceadores se negaban a distribuirnos. Cobrar era un martirio.
El último número de cuatro de A Sangre Fría apareció en 1994 mientras yo estaba de indocumentado trabajando en Nueva York. A mi regreso a México a finales de 1999 hubo reencuentros felices y rupturas inevitables. Como suele ocurrir, tomar acuerdos colectivos implica sortear las frustraciones y paranoia de quienes no aceptan el fracaso como parte de sus vidas.
Fue hasta 2008 en que en complicidad solidaria con René Velázquez de León como director de arte y de la escritora Bibiana Camacho como editora, fundé Producciones El Salario del Miedo A. C. Iniciamos con un facsimilar de los cuatro números de A Sangre Fría, acompañados de ensayos introductorios de Mauricio Bares, Delia M., José Ramón Garmabella, Miguel Ángel Rodríguez, director de El nuevo Alarma!, y yo mismo.
Somos la única editorial en México especializada en crónica y testimonio. Soy el responsable de esta deriva literaria que a la fecha cuenta con 35 títulos publicados. En un principio contamos con el apoyo financiero y de distribución de la editorial Almadía. Las ventas de los libros en todos estos años me han dado para publicar durante la reciente pandemia, tres títulos y con lo que me dan de beca del SNCA, pagar diseño y corrección de estilo de algunos otros. El impresor me fía y lo demás a veces lo pago con francachelas de ginebra. Actualmente subsistimos gracias al apoyo en las coediciones de la Universidad Autónoma de Nuevo León. Organizamos cada año un premio de crónica que ya va por su séptima edición. Debo un dineral pero no me quejo como tantos otros editores chicos que se manejan públicamente como mártires de la edición. Estoy en esto porque quiero y puedo. No tengo nada que perder excepto mi hígado y mis escasos ahorros de muchos años.
Producciones El Salario del Miedo se define como una editorial independiente, aunque sólo lo seamos en nuestros criterios editoriales, desordenada y estridente, apostamos por el feísmo y la equivocación como actitud estética. Acogemos todas las tendencias, excepto las que no lo son. Nos esforzamos por publicar autores condenados a las sombras, el éxito es vulgar como vulgar es el que lo define. Si el lector busca profundidad y formarse un criterio propio, que lea a los clásicos rusos y la nota roja.
Rechazamos cualquier presión de personas, partidos políticos, grupos económicos, religiosos o ideológicos que traten de poner a la literatura y al periodismo mexicano al servicio de la salud mental. Esta independencia y la no manipulación de nuestras ideas –nulas o inoperantes- y criterios editoriales, son una garantía con los derechos de los lectores y de nuestros autores, cuyo desvarío constituye la razón última de nuestro objetivo. La calidad literaria y la insensatez creativa están claramente diferenciadas entre sí aunque no signifique que ambas puedan converger. Los autores de nuestra colección “Fábrica de monstruos”, las artes gráficas de la editorial suscriben lo que expongo.
Sigo creyendo, citando a Bakunin, que el espíritu destructivo es también un impulso creativo. Al día de hoy, escribo y edito con la misma desesperación que me llevó a esta madurez, resquebrajada por un país que no da para gran cosa a tipos como yo.
J. M. Servín
Escritor, periodista y editor. Su más reciente obra es ‘Nada que perdonar: Crónicas facinerosas’ (Random House, 2018). |