1- La situación
Queridas amigas, queridos amigos, cerremos los ojos, soñemos, y ubiquémonos en la Gran Tenochtitlan, la fabulosa Ciudad de México, principios de los años noventa del siglo pasado. Estamos en un tugurio del centro histórico del entonces DF llamado La Nueva Internacional. Es la presentación de un número de la revista Moho, el lugar, una ergástula diría Fadanelli, hasta el tope, la mayoría hombres de cabello corto qué al sonar la música melcochosa de Juan Gabriel, et al, se levantan a bailar entre ellos. [rewind] son los noventas, nadie habla de género ni tolerancia, pero acá las cosas se adelantan al discurso de moda de años después. El show incluye una coreografía queer con sexo en vivo. Siempre hay algún valiente que se avienta al ruedo y después de la cábula lo sueltan para que el pobre diablo sea premiado con chelas por sus cuates.
Hay que matizar, contextualizar. Los noventas son los años del baño de agua fría social. Ya había pasado el sueño húmedo del mundial 86, las elecciones fraudulentas del 88, el error de diciembre, devaluaciones sin fin. Nos encaminábamos al choque de trenes, el neoliberalismo todavía la rifaba gacho y los Chicago boys nos imponían sus políticas de disfruta poquito y luego paga toda la vida en casitas de interés social y rentas ad infinitum. Se venía el 94, el alzamiento zapatista, el asesinato de Colosio y luego la tragedia social que devendría en el genocidio, la espiral narco-mercantil de la que no hemos salido. Metonimia a todos los niveles: Aguas Blancas, las muertas de Juárez, y todavía años después: la guardería ABC, San Fernando, Allende, Ayotzinapa… la historiografía de nuestro léxico debería ser materia de tesis doctoral.
2. El personaje.
Conocí a Eduardo Salgado en casa del artista gráfico guatemalteco Luis Urrutia (¿alguien lo ha visto?, ¿existió?), un sábado a media mañana en su departamento de General Cano en Tacubaya, Eduardo estaba ahí por qué quería partirle la madre a un amigo de Luis con el que una noche antes había tenido un altercado, no pasó a mayores. A partir de ahí me lo encontraba con cierta frecuencia en los eventos del underground chilango y comencé a conocer el trabajo de este arquitecto devenido en ilustrador. En ese entonces él todavía trabajaba como proyectista en un despacho de arquitectura, trabajo al que un par de años después renunció, motivado por un acto de iluminación y, como él mismo me dijo, cambió su vocación por la de ilustrador. Eduardo es un gran conocedor y admirador de la caricatura y arte norteamericano de los años cincuenta del siglo pasado. Entre sus ídolos se encuentran: Norman Rockwell, Andrew Wyeth, y los cartonistas políticos y editoriales de la prensa norteamericana principalmente el New Yorker y el New York Times, entre otros. Además del comic underground europeo y el sarcástico como MAD. Su trazo evidencia sus influencias y temáticas. En alguna ocasión recuerdo haberle preguntado cómo le hacía para obtener ese tono vintage en sus dibujos, a lo que me sonrió y me respondió –No lo planeo, así me salen.
3. La obra.
A lo largo de su carrera Salgado ha variado la temática de su gráfica, aunque siempre ha mantenido un interés en las personas y la arquitectura. Entre sus amigos, colegas y fans consideramos a Eduardo Salgado una rara avis, con una visión muy particular y potente. Sus dibujos son extraños, incluso los bonitos, pareciera que tiene la capacidad de resaltar la rareza del mundo. Bajo esa óptica me recuerda la actitud y trabajo de la gran fotógrafa neoyorkina Diane Arbus, ambos crean monstruos, tienen esa máquina invisible para descubrir la fealdad de sus sujetos. Todavía recuerdo cuando me dibujó y me pregunto mi opinión, solo atine a responderle –¡Me acabaste!. Ambos nos reimos.
4. La historia.
Su trabajo fluía con naturalidad en todo lo que hacíamos, pura literatura y arte urbano pulp. Ha participado en gran cantidad de publicaciones underground y mainstream toscas, feas, y por supuesto decadentes. Golem, Moho, Nitro, A Sangre Fría entre otras publicaciones, los que participábamos en esos proyectos eramos producto de nuestra realidad, tosca, fea, y por supuesto decadente. A lo largo de su historia profesional Salgado ha variado su temática y puntos de vista. Pasó por una época de renovación espiritual que lo llevó a buscar a Dios a través del arte. En ese entonces ya trabajaba para el periódico Milenio, época en la que perdimos al Salgado ácido, pero su trazo y capacidad nunca decayeron.
Me parece que a lo largo del tiempo algo que siempre se ha mantenido en su trabajo es el rasgo distorsionado y rabioso de sus dibujos. Su obra va a contracorriente de la moda, Salgado es un iluminado, un místico que nos ve desde su atalaya y nos juzga inmisericordemente bajo la egida de su trazo.
René Velázquez de León. Octubre 5, 2022
René Velázquez de León
Ciudad de México 1963, egresado en la carrera de diseño de la comunidad grafica UAM Azcapotzalco 1982-1986. Diseñador, escritor y artista gráfico. Trabajó para televisa 1986-1989 como diseñador de animación por computadora. Desde 1991 participa en proyectos de cultura alternativa: A Sangre Fría, Nitro Press, Editorial Moho, Producciones el Salario del Miedo y otros.
Revalora la estética de la cuidad y el barrio en su libro “altar Tacuba” (Producciones el Salario del Miedo, 2017). En su faceta como dibujante (iInstagram: erre.zero) cuestiona la normalidad alienante. Micro empresario de la publicidad y la señalética. Vive y padece la Ciudad de México.