El momento más hermoso de la vida

Por: René Avilés Fabila

El momento más hermoso de la vida

Como escritor (y en tanto como persona) me ha tocado vivir en un mundo carente de héroes. La mía es una época de antihéroes, a nuestro alrededor no existe más que gente común y corriente. Aun aquellos que aparecen en los diarios y revistas, millonarios, políticos o artistas carecen de halo maravilloso. Extraños los héroes de Verne, Tolstoi y de Hemingway, siempre capaces de enormes hazañas, de profundas reflexiones y grandes amores. Por esta razón, supongo, en mi literatura no hay héroes, y casi ningún personaje se consume en una enorme tragedia. Los temas que el mundo actual nos brinda son banales y permiten que alguien con imaginación y el encanto de añorar el pasado, busque en la historia y en la literatura los seres prodigiosos que enfrentaron mil peligros y vivieron situaciones soberbias.

En México los literatos buscan personajes históricos como Villa, Madero, Tina Modotti o Carlota y Maximiliano. No parecen encontrar a su alrededor las figuras  heroicas necesarias para su creación. Ellos mismos no llevan a cabo las aventuras de sus modelos. Al contrario sus vidas de gabinete, de oficina, carentes de interés. Ningún narrador mexicano ha ido a entrometerse a una guerra distante o ha ido a luchar por una revolución en tierras lejanas como Hemigway o Malraux. El escritor no es más un hombre de acción o un militante de causas perdidas. Los últimos tal vez hayan sido aquellos que impulsados por la Guerra Civil Española combatieron a los fascistas o a los que ofrendaron su vida luchando por el socialismo, finalmente los que –con la presencia de la Revolución Cubana en sus primeros años– abandonaron hogares y cargos, una vida regularmente confortable, para acudir a una cita con la tortura  y la muerte. Recuerdo en este momento a mi gran amigo, el escritor argentino Haroldo Conti, quien fue asesinado por los militares de su país luego de terribles torturas. 

Cuando tenía menos de veinte años y me iniciaba en la literatura, un amigo cercano me dijo, al verme preocupado por conformar personajes de grandeza e inolvidables: Nuestro tiempo es de antihéroes, de personajes oscuros, tristes, seres que apenas se notan dentro de una sociedad estandarizada, donde el hombre es un número, una credencial, que emerge de la masa unos momentos para en seguida volver a la mediocridad, confundiéndose con los millones de hombres y mujeres grises que buscan en la cinematografía el falso héroe y la heroína de cartón para sentir que viven sus vidas y pasan sus aventuras. Y así era, no había  mucho para buscar. Los personajes que fueron poblando mis libros son opacos, incapaces de espectaculares hazañas y sólo Gustavo Treviño, el protagonista de mi nueva novela, Requiem por un suicida, tiene algunos visos de grandeza, no está lejos del héroe con el que en mi infancia y adolescencia soñé al introducirme en las lecturas de Homero,  de Stevenson o Defoe. Predomina en toda la literatura actual el heredero de los solitarios e indefensos seres que Kafka creó, inermes ante el Estado y asustados ante la ruidosa sociedad. 

Sin embargo, quiero suponer que aún puedo rescatar el legado de los autores que fueron construyendo hombres y mujeres magníficos e inolvidables por su manera de enfrentar situaciones  y vencerlas o morir como el capitán Ahab víctima y victimario de Moby Dick, aunque se momentáneamente puesto que mi vida ha sido tan común como la de cualquier otro y  no podría hablar de acciones heroicas y sorprendentes: nunca me he batido en un frente de batalla ni he acudido a una revolución y tampoco he podido luchar contra fantasmas o demonios y menos he tenido el amor apasionado de Romeo o el que me permita reproducir el suicidio de Meyerling. Por ello he pensado en una novela corta, muy intensa, no podría ser de otra forma, de un solo personaje que obsesivamente vive de recordar un golpe de fortuna, un día, no más, veinticuatro horas en las que vive un romance peculiar. Es un pobre diablo que por razones circunstanciales se encuentra con una mujer bellísima y rica que lo hace penetrar en novela o película formidable y espectacular. La mujer bien podría ser una glamurosa artista norteamericana y el escenario un palacio europeo con música de los grandes compositores y cuadros de los mejores pintores. A partir de ese momento, el personaje no vive más que para el recuerdo de esas horas luminosas. Repite la historia millones de veces, la reconstruye y no se percata de su realidad. No volverá a ocurrir el portento, el milagro. Pero es suficiente para que la locura lo invada y termine sus días suponiéndose aún el protagonista de esa hermosa pasión que como todas es breve, no puede tener más que la duración de un soneto. De lo contrario, si fuera una novela  perdería  su intensa belleza y no habría momento culminante 

En esencia, es la historia de un ser común que se transforma por unas horas en Casanova o en Dartagnan  o en Gatsby, para de inmediato volver a su medianía, a su modesto cargo burocrático, a la simplicidad de su esposa y a la monotonía de los hijos. Ya estuvo en la gran aventura, en el momento mágico que todo ser rutinario sueña. Al final no le quedará más que reconstruir permanentemente la aventura ideal. Que lo imposible se repita. Héroe por unas horas, antihéroe por el resto del tiempo, personaje dramático, solitario y gris por siempre, sólo iluminado por un recuerdo fantástico.

La lucha de clase se acabó con el cine

En los filmes de aristócratas y obreros, con frecuencia reconstrucciones históricas y literarias, a los nobles y a los trabajadores los representan modestos pequeño burgueses.

Tres ilustres desconocidos

Hace unos días comí en la casa de los Taibo. En la sobremesa, y ante una mirada irónica de Humberto Musacchio, comenzó un torneo de quejas: el hispano-mexicano Paco Ignacio Taibo hizo declaraciones contundentes: Tengo publicado cuarenta libros y nadie me conoce en España. A lo que el escritor español Eliseo Bayo repuso en igual tono. Pues yo tengo treinta y nadie sabe quién soy en México. No podía quedarme atrás. Ajá. Yo, mexicano, tengo veinte libros y no me conocen en mi país.


Texto sustraído del suplemento cultural El Búho del periódico Excelsior.

Dramatis Personae. El momento más hermoso de la vida. René Avilés Fabila. 

Domingo 23 de mayo de 1993. 


René Avilás Fabila

René Avilés Fabila

La Revista de Arte Boticario hace un pequeño homenaje al periodista, escritor y ensayista <strong>René Avilés Fabila</strong>, con una humilde columna en nuestro proyecto editorial, con el fin de divulgar y dar a conocer su obra. Agradecemos a la Fundación René Avilés muy especialmente a la Dra. Ma. Del Rosario Casco Montoya, vicepresidenta de la Fundación y divulgadora de la obra de su esposo. Sumergirnos a los textos del escritor en el archivo de la fundación no es cosa sencilla pues hay una gran cantidad de ensayos, cuentos, críticas literarias, etc.  El editor de la revista humildemente ha seleccionado los que a su parecer sirve de divulgación literaria de la obra, con el objetivo de llegar a más jóvenes lectores y así conozcan su creación artística. Reiteramos el agradecimiento al apoyo a todos los que hicieron posible la magia de releer por siempre a René Avilés Fabila.