Para don Aurelio, decano cantinero en retiro
El Tío Pepe es una de las cantinas más antiguas y mejor conservadas de México. Posee, casi a manera de lección de diccionario, cada uno de los elementos de una soberana institución báquica, a saber:
PUERTAS BATIENTES m. adj. Para entrar de un empujón. ║ De madera y cristal, rabonas, con largas y sinuosas manijas de bronce, son el umbral a otro mundo. BARRA DE MADERA f. Muelle, abrevadero, reclinatorio; sin condescendientes banquitos, robusta y en forma de L. ESTRIBO (o Riel) m. Para apoyar los pies y “ahorrar suela”. ║ ¡Échame la del estribo! ║ Antiguamente había uno para los codos (o sea para las coyunturas, no sean mal pensados). CANALETA f. Al píe de la barra, para desaguar los caducos escupitajos y demás aguas, excepto las miadas (aunque no aseguro nada). VITRINAS f. Alguna vez ostentaron productos ultramarinos y variedad de “vinos”. RESERVADOS m. Compartimentos también llamados privados, gabinetes o caballerizas. ║ Ideales para ejercer la conversación, las conspiraciones, los frívolos y gozosos debates o los efluvios propios de las confesiones amorosas. ║ Los de esta cantina cuentan con una vetusta exquisitez: un estridente timbre para llamar al camarero quien, obvio, lo ignora olímpicamente. MESAS m. Esmaltadas y pulidas por la pátina del tiempo. Por debajo, una repisa permite descansar los cascos y los vasos para despejarla y emprender la cascarita de dominó, con su consabida sopa bien condimentada. ║ Como diría el poeta aquel: “Entorno de una mesa de cantina… regocijadamente departían…”. ║ En las cantinas las mesas se numeran. ║ Se deja todo sobre las mesas: libros, chupes, esperanzas, llanto, desilusiones, propinas, crudas … CAVAS f. Casilleros, algunos de alquiler, para almacenar botellas. ║ Ahora inservibles, empotradas en los muros, aún conservan los ojos de las cerraduras y los goznes. ║ Al parecer de aquí proviene la palabra “Cantina”. ESPEJOS CARIADOS m. Testigos sin memoria. ║ Reflejan y distorsionan el beato rostro de todo aquel que solivianta el cogote en esta bebeduría. BAÑOS m. y f. Minúsculos y malolientes, como Dios manda. ║ Con su respectivo mingitorio para hacer espuma. CONTRABARRA f. Una de las más imponentes de la ciudad. ║ A la manera de un retablo de madera fina (cuya advocación es el Dios alcohol), la conforman tres arcos, con cabezas de león talladas en sus arquivoltas, sostenidos por cuatro columnas corintias. Al centro, en su frontón, la joya de la corona: un tímpano de vitral que anuncia una marca de coñac. En sus nichos espejados las redomas de licor esperan con paciencia a sus devotos clientes.
Paulatinamente han ido hermoseando esta inveterada emborrachaduría, como buscando su afrancesado pasado perdido de clientes pomadosos. Por fortuna, entre los murmullos y el retintín de los vasos que van vaciándose a cada salud, aún surca en su interior un tufillo a rasposidad disoluta y una aureola bohemia taciturna. Su habitual tono silencioso es subvertido las tardes de los viernes: una gavilla de asiduos e inventariados parroquianos, tomandados por el ínclito Baltazar, organiza el festín etílico y musical (con Alexa y Spoti de por medio). Ajúa.
Como buenos anticuarios, cada dueño que ha tenido esta cantina le carga más y más la mano con su edad. Hoy se afirma que fue fundada en 1869 –cosa que francamente dudo–, lo que la convertiría en la más carcamal del país, título que otras se disputan. Lo cierto es que el Tío Pepe (que antes llevó los nombres de Salón Habana y Oriental, por estar en la puerta de entrada del Barrio Chino) ha existido ininterrumpidamente, y en el mismo lugar, durante tres siglos: desde las postrimerías del XIX hasta los sedientos y alboreos días de esta centuria que borracha camina.
Con ese titipuchal de añejos (ya me dio sed) a cuestas no es difícil imaginar la pléyade de bebedorxs que han brindado bajo su amparo. También personajes de ficción han atizado la garganta en este lugar. Diré tres (porque no me sé más): Filiberto García de El Complot Mongol, Carlos Denegri de El vendedor de silencio y William Lee, alter ego de W. S. Burroughs en su novela Yonqui.
¿Los explosivos originales de esta casa? Dos: El coctel SandiPepe (vodka + licor de sandía + menjurjes) y el Mezcal Rojo (mezcal + nosequé). Algunos entendidos también han elogiado sus Margaritas. Yo prefiero, para tonificar los nervios, un tequila HB. Salú.
Ricardo Lugo Viñas
(Ciudad de México, 1985). Escritor y editor. Autor de Epitafio del perro (2013) y antologador de la colección Santa María la Ribera. De autores y calles (UNAM, 2014). Es columnista en Relatos e Historias de México. |