ZAPPA MILAGRERO 

Por: Juan de Dios Maya Ávila

Juan Bautista Zappa fue un milagrero que nació en Milán, Italia, en 1651. Desde niño dio muestras de su inclinación a la caridad y muy joven abrazó a la orden de los jesuitas. Vistiendo los hábitos de fraile, se embarcó con rumbo a las Américas, y se cuenta que durante el trayecto, antes de llegar a Veracruz, una tarde, mientras descansaba en la cubierta del galeón llamado El Brujo, escuchó la voz de un ángel que le dio santo y seña de su destino. Años después, el ángel y Zappa habrían de reencontrarse, tanto en el cielo como en la tierra, y viceversa.

Las noticias de este místico personaje nos han llegado gracias a la curiosa biografía que uno de sus compañeros de reclusión escribió y que fuera impresa en 1754 bajo el título Vida y virtudes de V. P. Juan Bautista Zappa de la Compañía de Jesús sacada de la que escrivió el P. Miguél Venégas de la misma Compañia y ordenada por otro padre de la misma.

Gracias a ella, sabemos que al poco tiempo de haber arribado a México, el padre Zappa ingresó en el noviciado de Tepotzotlán, donde se entregó con singular pasión a la vida monástica y al trato con los otomites del lugar. Al terminar sus estudios, quiso irse a predicar al norte, con los chichimecas, pero el rector del colegio lo pidió para su plantilla. Con tal ahínco se desempeñó Zappa y con tal fervor incitaba al culto que “aquella casa llegó a parecer habitación no de hombres sino de ángeles”.  Así que el padre rector terminó por confiarle la feligresía entera y se le mandó recorrer la comarca acompañándose de otro sacerdote de nombre Pedro Medina Picazo. Ambos recorrieron a pie las veredas de la sierra alejando a los naturales con elocuentes discursos del “vicio, el juego y la embriaguez”. Cierto año nefando, para infortunio de la región, una peste azotó el pueblo y diez o trece novicios enfermaron gravemente. El padre Zappa se acercó al pozo de la capilla de Loreto y bendijo sus aguas con una medalla de plata que sumergió a la media noche y dio de beber aquella pócima a los novicios y con ello los curó. Fue el primero de los milagros que obró.

Zappa pasaba horas enteras dentro de su celda. Allí, casi todos los días experimentaba las más elocuentes visiones de los ángeles y los santos, quienes se turnaban para visitarlo y se ponían a charlar con él. O por lo menos, es lo que él decía. Entre los visitantes asiduos, Zappa reconoció, no pocas veces, por sus barbas luengas y piel de cera,  a los santos patronos de su orden, San Ignacio y San Xavier, quienes lo llevaban de paseo al cielo con el solo fin de que contemplara la gracia divina.

O una de dos, o de verdad Zappa ostentaba estos poderes místicos que le permitieron elevarse al quinto cielo o entre sus correrías misioneras en la sierra de Tepotzotlán, algún nahual otomí le habrá dado a conocer la yerba del tlapatl, que usaban los brujos para volar sobre los cerros por las noches. Lo cierto es que en cualquier rincón y a toda hora, le provenían a Zappa voces y apariciones  y en cuestión de segundos ya se hallaba volando rumbo a las cortes celestiales. Estas abducciones “duraban en variadas ocasiones por muchos días” durante los cuales, y para que nadie entre los superiores del colegios o entre los chismosos feligreses sospechara que Zappa se iba de paseo al cielo, Dios mismo lo sustituía con un ángel que se ocupaba de cumplir las funciones cotidianas del jesuita, sin que nadie reparase en la falsa identidad del sustituto, pues el ángel interino era igual físicamente y en modos a Zappa.

Sobra decir, que ese ángel era el mismo con el cual Zappa se habría encontrado años antes en su arribo a Veracruz. Así pues, y si las matemáticas no nos fallan,  los jesuitas de aquella época, por rebote de los milagros sucedidos a su compañero, pudieron conversar, cantar, comer y rezar, sin saberlo, con un ángel que andaba entre ellos. A veces el ángel y Zappa coincidían al mismo tiempo en el plano terrestre, puesto que el mensajero celestial también le ayudaba al jesuita en sus múltiples tareas terrenales. De ello hubo un testigo: cierto novicio que “viniendo de Tepotzotlán para México, encontró en el camino a nuestro insigne jesuita y preguntándole a dónde iba, le respondió Zappa que a ciertas diligencias del servicio de Dios encargándole mucho que en el colegio no dijese haberle hallado. A poco rato que este sujeto llegó a México tocaron a segunda mesa y bajando al refectorio vio en él sentado al padre Zappa, pareciéndole increíble lo que miraba”. El testigo (medio fariseo) corrió a contar a sus superiores lo sucedido, en contra de la petición del italiano, y así se empezó a sospechar el asunto del ángel sustituto. Mas no por ello, el bueno de Zappa dejó de obrar milagros con auxilio de su ángel protector.

No obstante, todo se acaba en esta vida. Y las amistades no se salvan de esta condena, por muy celestiales que fuesen. Y llegó la ocasión en que aquel ángel guardián abandonó a su amigo y lo dejó morir por obra de los nahuales. El padre Juan Francisco Zappa falleció el 13 de febrero de 1694 a la edad de 43 años en el ingenio de Jalmolonga, enclavado en el pueblo suriano de Malinalco, cuyo cura local dio los últimos sacramentos al jesuita. La causa de la muerte se debió a un trabajo de brujería. Se dice que en una de sus tantas encomiendas, a ciertos brujos paganos no les gustó el proceder del jesuita y le echaron encima la sapiencia entera de los nahuales antiguos. Cantaron un conjuro tras otro, con miras a fregárselo sin darle tregua. Por resultas, en el camino de regreso, la mula del padre Zappa se tropezó y el jinete se golpeó en el pecho provocándose una hemorragia interna que lo postró en la dicha hacienda de Jalmolonga. 

Los nahuales le habían ganado la partida. Aunque no del todo, pues si en vida el padre Zappa se mostró singularmente milagrero, después de su muerte aún tuvo algunas actuaciones memorables. A un sacerdote en Guadalajara, por ejemplo, se le apareció para despedirse en traje de peregrino a la misma hora en que estaba a cientos de kilómetros al sur, en Malinalco, entregando el alma. En Tepotzotlán, se escuchó un lamento, en la fontana de Loreto, a la misma hora de su muerte. Y al unísono, en Momoxtlan, los nahuales, mientras se regocijaban con su muerte, le vieron volar de un cerro a otro.

Durante 1706, condujeron la mortaja de Zappa al colegio de San Gregorio de la Ciudad de México, quedándose el brazo, descarnado ya, en Jalmolonga, a sabiendas de la santidad del personaje. Los  misioneros que partieron a las Californias se reservaron para sí una canilla de los pies, aseverando que la osamenta obraba milagros. Un monje brujo se hizo del espinazo y lo enterró en el monte del Jorobado Cogüe. A la postre, todo aquel que tenía acceso al cadáver de Zappa, robaba un hueso, una clavícula o un diente. Y así comenzó su desmembramiento.


Juan de Dios Maya Ávila

Juan de Dios Maya Avila (Tepotzotlán, 1980). Egresado de la Universidad Autónoma Metropolitana. Miembro del consejo editorial de la revista El Burak también formó parte de la redacción del suplemento de libros Hoja por Hoja. Becario de la Fundación para las Letras Mexicanas en los periodos 2006-08. Ganó el Concurso Internacional de Cuento, Mito y Leyenda Andrés Henestrosa 2012 con la obra La venganza de los aztecas (mitos y profecías) misma que publicó la Secretaría de Cultura de Oaxaca y que en 2018 fuera traducida parcialmente por la Texas A&M International University. Becario del Fondo para la Cultura y las Artes en el periodo 2015-2016. En 2018 la editorial Resistencia le publicó el libro de cuentos eróticos Soboma y Gonorra. Becario del Pecda Estado de México en 2019 y beneficiario en este mismo año del programa Pacmyc por la creación en 2013 del Concurso Estatal de Cuento y Poesía para Niños y Jóvenes San Miguel Cañadas Tepotzotlán. Se publicó, gracias a este apoyo, la antología Érase un dios jorobado (Ediciones Periféricas, 2019). A finales del 2019 ganó el Concurso Latinoamericano de Cuento Edmundo Valadés con el cuento “Díptico disléxico”. En 2020 publica el libro de crónicas El Jorobado de Tepotzotlán (Literatelia, 2020). Actualmente es titular dela sección Canaimera en la revista hispanoamericana El Camaleón. ​